Llegamos, después de un largo viaje, nos volvimos a encontrar con Río de Janeiro. Esta vez la misión no es seguir a la Selección Argentina, es permitirnos un desliz profesional y dejar ser al periodhincha.

Por Emiliano Andreoli (enviado especial de dealtovuelo.com). Se sabe cómo se vive una final en Río de Janeiro, una ciudad que está acostumbrada a eventos gigantes, con un estadio como el Maracaná que se vistió siempre de fiesta. Sí, muchas de esas fiestas terminaron de la peor manera para los locales, como aquel Maracanazo, como hace un tiempo la Copa América, como antes con Independiente frente al Flamengo, como Boca pretende que termine el próximo sábado la final.
La Conmebol se vistió de FIFA para este evento y, en la Ciudad Maravillosa, elevó la vara para estar en todos los detalles. No será fácil mantener la paz, sobre todo cuando los colores se empiezan a mezclar en las zonas comunes. De eso debería tratarse este evento, de unidad seguida de pasión, de pasión seguida de fútbol, donde uno terminará feliz y el otro no.
En Río de Janeiro, donde la Copa Libertadores terminará desde las 17 del sábado, hoy conviven dos hinchadas. Y el ‘hoy’ es literal: En Brasil se vive un feriado por el Día de los Difuntos, por lo que los hinchas del Fluminense también coparon las calles de Copacabana, donde evidentemente pasará todo durante estos días.
Se mezclan, se cruzan, se miran, se dicen cosas, pero todavía no ha pasado de ahí. Sí, pasaron en los primeros días, cuando los hinchas argentinos fueron agredidos en la playa. Eso, aunque suene fuerte, sirvió. Hoy ya se ven policías en todas las esquinas, caballos, motos, patrulleros encendidos.

Todo aumentará desde mañana, cuando lleguen los más de 100 micros que están transitando las rutas brasileñas. El primer deseo es que lleguen bien, claro está. El segundo, que puedan sumarse a la fiesta tal como está. Y el tercero será propiedad del equipo, el sábado, desde las 17 y en el Maracaná.
